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Impacientes en
casa, los fantasmas se
asoman por la
ventana, esperando
verme llegar de vuelta;
son como perros
que ansían que su tutor
vuelva con algo
de comida, solo que
yo les traigo recuerdos.

K. to A.

Me gusta imaginarte estirando los brazos en la cama, justo un segundo antes de abrir los ojos para empezar el día.
Me gusta imaginarte abriendo el armario, pensar cuál de todas tus estupendas playeras, con pantalón azul claro usarás hoy.
Haciendo tu gesto de desagrado, al descubrir que hay pollo para comer.
Sosteniendo el tenedor cabizbajo, a tientas hidratarte y terminar con un irónico ademán religioso, antes de levantarte (educadamente) de tu silla.
Sonrío cuando pienso en ti, sentado al borde del sillón, moviendo psicóticamente rápido la pierna. Y mordiéndote los marcos de las uñas.
Me gusta imaginar que recuerdas mi nombre, una o dos veces al día, y olvidas lo que estabas haciendo.
Tu lento caminar de una entrada a otra para introducir tranquilamente la segunda llave.
El sonido de tu garganta al beber agua a media tarde.
Dialogando con tu madre. Haciéndote el té.
Levantándote a abrir la puerta.
Me gusta imaginarte estirando las piernas para ponerte la pijama.
Imagino que sueñas conmigo.
El sonido del aire que aspiras con los ojos cerrados.
Me gusta imaginar que estuve contigo a cada momento del día. 

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Su placer no era puramente sexual, y en cuanto a esto podría aventurarse que casi sufría. Su placer era más hondo, más lóbrego, más grave: el placer de la carne no era sino un triste y angosto camino en aquel sinfín de caminos hacia el verdadero caos que nunca llega.

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Se llama Lilian y apenas la recuerdo. Se le formaban hoyuelos cuando sonreía, creo.
Tenía el cabello castaño, la barbilla partida, la nariz un poco respingada y los labios pequeños, estoy 50 por ciento seguro de ello.
A través de la piel blanca y suave de sus manos se alcanzaban a ver sus venas, casi podría jurarlo.
Hace 13 años la vi por última vez (lo cual es injusto para la memoria de alguien que apenas recuerda lo que hizo ayer) en esa ocasión ella me abrazó y se despidió para siempre. Desde entonces lo único que tengo de ella es ese abrazo y su recuerdo que se confunde con imágenes de un sueño que un día tuve. En el sueño viajaba yo en un tren no sé a dónde y de pronto alguien tocaba mi hombro y yo volteaba y ahí estaba Lilian, con su sonrisa pequeña y su piel blanca, llevaba un gorro de invierno, bufanda y un abrigo; me miró por unos segundos y dijo mi nombre, entonces desperté con la extraña sensación de que algo me faltaba.
No sé dónde está ni lo que estará haciendo, no sé si la volveré a ver.
Se llama Lilian y estoy casi seguro de que existió.