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Ejecuté un tajo profundo que abrió al instante la garganta de Sofía.

Logré ver, entonces, sus aterrados ojos verdes, mientras se ahogaba en su propia sangre.

La policía no demoró demasiado en presentarse. El amable oficial se acercó hasta el sofá, donde me encontraba disimulando, alumbrado únicamente por una sucia y vieja lámpara.

Cauteloso, acarició mi peludo y gris lomo, murmurando que era el gato más hermoso que él haya visto jamás.

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