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Mi esposo lleva un par de semanas en cama; no habla, no come, apenas se mueve.
Yo lo miro afligida, con ganas de llorar. Mi hijo llega jugando por el pasillo y se detiene ante la puerta para ver a su padre.
—¿Cuándo se va a morir papá? —me pregunta sin ningún tipo de tacto. Yo enfurezco, siento ganas de gritarle, de jalarle la oreja para reprenderlo; pero en vez de eso, me contengo y le sonrío cálidamente.
—Dentro de muchos años, ya lo verás.
En algún momento se levantará de la cama. En algún momento volverá a probar bocado y a sonreír… En algún momento superará nuestra muerte.
—¿Falta mucho para que sea como nosotros?
—Eso espero, mi amor —le respondo con sinceridad.

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