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Salomé volvió la cabeza, primero hacia un lado y luego hacia el otro. Algo faltaba en el cuadro.

Regresó a su taller y, tras las últimas pinceladas, sonrió, notando ahora sí que el infierno nunca se había visto más hermoso.

Tomó un pequeño frasco y apoyó el pincel sobre la paleta. Descendió las escaleras hacia el oscuro sótano donde su víctima la aguardaba temerosa. El bisturí hizo lo suyo y, entre los gritos de su ex marido, la sangre escarlata brotó de sus venas, manchando su ajado delantal.

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