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Luego de tumbar al monje y en cuanto traspasé el umbral de la húmeda cripta, pude advertir la silueta del niño encadenado, quien continuaba sollozando por ayuda.

—No es lo que crees…  —farfulló el religioso, quien había conseguido alcanzarme algunos segundos después.

La infantil figura incrementó su tamaño y, mientras exhibía sus torturadas alas, lanzó una gutural y perversa risotada que hizo eco por todo el monasterio.

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